Es medianoche en un pequeño poblado centroeuropeo, pocos kilómetros distan hasta la orilla del río Danubio que mantiene fértiles estas tierras en tiempos tan secos.
En una pequeña casa levantada desde el barro de la tierra y la madera de pocos árboles, cubierta con la paja seca de los campos, una pareja de humildes campesinos acurruca a una niña, que no ha de llevar muchos semanas en este corrupto mundo, en la precaria cuna que su padre ha construido.
La niña no tiene sueño y admira con sus brillantes ojos azulados el quehacer de sus padres, embelesados a su vez con la mirada de su diminuta hija.
Tras conseguir adormecer a la pequeña, los mismos señores de la recatada habitación se disponen para su descanso, cuando oyen murmullos de tumulto en el exterior.
Sobresaltado, el padre decide salir para así observar o cuestionar la gravedad de la trifulca. Sus ojos ven el desastre que se acerca: Desde el norte del asentamiento humos y llamas ascienden hasta el cielo negro, la gente huye despavorida arrastrando a sus hijos con ellos, entre el griterío destacan claramente unas palabras:
-¡Los niños! ¡Salvad a los niños!
La llamarada se acerca, se nota en el calor del aire. Entre el fuego que avanza por la calle principal se recorta una figura dos veces más alta que un hombre adulto. El padre corre de vuelta a su casa y casi sin haber cruzado el umbral le da tiempo a decir:
- ¡Mujer! ¡Coge a la niña y llévala a un lugar seguro lejos de aquí!
-¡No lo sé! ¡Pero ve ya! Yo me quedo a salvaguardar la casa.
-Pero…
-¡¡Ve!!
La mujer coge rápidamente una manta con la que envolver al bebé, que se despierta con el frenetismo de la situación pero en ningún momento rompe a llorar. Corriendo abandona la casa, sin un “adiós” ni un “te quiero”.
El hombre se queda en la casa, a puerta cerrada. No sabe si mantenerse de pie o sentado, quieto o en movimiento, por lo que inquieto realiza todo a la vez. Los gritos son cada vez más ensordecedores, la temperatura más asfixiante y la luz de la llamas entra cegadora por la única ventana del habitáculo. El incendio parecía estar ya encima de la casa. ¿Cómo se le ocurrió quedarse ahí? ¿Cómo se detiene un incendio?
Entonces la puerta revienta de sus goznes, desplazándose unos metros en el aire antes de caer en el suelo de tierra. Unas marcas de madera quemada se dibujan ahí donde la puerta fue golpeada por una suerte de mano deforme.
El ser llegaba a ocupar todo el marco de la puerta, aunque al entrar pareció hacerse aún más grande. Aquella cosa no era humana, aunque se apoyase sobre sólo dos extremidades. Si bien era grande, la bestia daba imagen de desnutrido, por la falta casi absoluta de vientre y todas las extremidades extremadamente alargadas. Los brazos colgaban casi hasta la altura de los tobillos, y ya las piernas, que flexionaban hacia atrás, eran inimaginablemente largas.
Si la visión del cuerpo de la criatura daba pavor, tan sólo su rostro podría haber puesto en fuga a los ejércitos más extraordinarios que se hallen en la historia o fuera de esta. Mandíbulas prominentes, como de un antiguo homínido. Carecía de pelo u orejas, y su nariz, en vez de sobresalir del rostro, se hundía en él, como si un nervioso escultor hubiese aplicado demasiado fuerte el cincel. Sus descarnados labios eran incapaces de contener los colmillos afilados y deformes, de varios centímetros de largo, que pueblan el interior de su cavidad bucal. Sus ojos… La luz que emanaba de ellos debería ser el reflejo del fulgor del que el incendio llenaba todas partes, aunque pudiera dar la impresión de que contenían millones de almas que gritaban rabiosamente desde el mismo infierno.
Sus inhumanas rodillas aberrantemente flexionadas y el costal encorvado para poder entrar por el marco de la puerta no contribuían a hacer de este ser una imagen agradable de ver. Las muñecas las dobla hacia sí para que sus garras no rocen el suelo, mientras éstas están en constante movimiento, nerviosas, ansiando ser utilizadas para perpetrar cualquier acto atroz.
Ante la visión de semejante bestia, el hombre no puede evitar hacer más que acurrucarse en una esquina de la precaria casucha, con la esperanza de que la abominación fuese de movimientos torpes, y con suerte escapar antes de que acertara un ataque.
* * *
La mujer, por su parte, corre por los senderos que se alejan del poblado, cuesta abajo y sin descanso, a punto de tropezar en un par de ocasiones. Sus pasos y su mirada se dirigen fijos a la cuenca del valle, al río. La niña, apoyada sobre el hombro de la madre, mira en dirección contraria, hacia el pueblo, donde las llamas se elevaban y recortaban el oscuro cielo de la noche. La celeste mirada de la pequeña permanece serena e impasible ante la imagen, y ni siquiera la angustia de la madre parece hacerle mella.
Alcanzan la orilla de la corriente de agua. Una vez allí, la madre busca un lugar seguro en la ribera donde guarecer al bebé. Finalmente la deposita entre unas hierbas altas, parecidas a juncos. La niña sonríe y mueve los pequeños brazos intentando coordinarlos. La mujer la acomoda, para limitar su movilidad y que en un posible despiste la niña desapareciera. Después alza la vista. El fulgor anaranjado del pueblo incendiado se reflejaba en las escasas nubes. Mira a la niña. La serena mirada azulada consigue calmar vagamente el espíritu de su madre. Esperarían allí hasta que su marido volviese desde las llamas.
* * *
El hombre tenía varios cortes algo profundos en la cara, la práctica totalidad de su rostro se encontraba ensangrentada, la mirada se le emborrona. Su pecho le ardía al respirar, no podía sentir ni mover las piernas y su brazo izquierdo colgaba de su cuerpo, roto.
-¿Dónde Está La Niña?- La voz del abominable ser ruge como si la tierra se abriese bajo los pies. Era la única frase que había pronunciado desde que entrara en la casa, repetidas veces mientras no dejaba de golpear y apalear al hombre. Con una de sus garras lo agarra del cuello y lo eleva como si no pesara para después estrellarlo contra una pared de piedra. Impacta con la mejilla. El campesino se desploma en el suelo escupiendo un diente envuelto en sangre.
La bestia se acerca y lo eleva una vez más. Lo apoya violentamente contra el muro y le mira con esos dos pozos de luz que se asoman a las profundidades del mismo infierno. Entonces volvió a hablar:
-¿Por Qué La Proteges, Brandeis?- Con cada palabra exhalaba una bocanada de apestoso y espeso humo negro.
El hombre reaccionó ante la mención de su nombre, aunque su expresión no pudiera albergar más horror.
-Conozco Muchas Más Cosas De Ti, Brandeis Heller, Aparte De Tu Nombre…- El monstruo soltó al hombre desvalido dejándolo caer bruscamente al suelo.- Es Por Eso Que Aún No Logro Entender, Estando A Riesgo De Morir… ¿Por Qué Sigues Ocultando A Esa Pequeña Bastarda?
El hombre estaba demasiado aturdido como para huir o hablar. El ser se inclina a su lado adquiriendo una postura imposible. Su rostro se acercó al del herido expeliendo una oscura niebla de sus fosas nasales.
- Sabes De Lo Que Te Estoy Hablando, Brandeis. Esa Niña No Es Tuya. ¿Cómo Podría Serlo? Me Extraña Que No Hayas Reparado En Sus Ojos, Tan Claros Y Brillantes, Ese Tono De Azul. No Son De Su Madre.- La bestia realiza una mueca, un amago de cruel sonrisa en la que mostraba al completo su deforme dentadura.- Y Desde Luego, Tampoco Son Tuyos.
El hombre se revolvió en el suelo, incómodo.
-Y Lo Peor, Mi Querido Brandeis, Es Que Todos Lo Saben. Seguro Que Lo Has Notado. ¿Has Visto Cómo Te Miran En El Mercado? ¿Sabes Cómo Te Señalan Después De Los Rezos? Tu Mujer y Esa Niña Han Manchado Tu Hombría. Te Han Convertido En El Bufón De La Comunidad.
La expresión del hombre herido se transformó inadvertidamente del miedo al odio.
-¿Los Has Oído Murmuras, Brandeis? ¿Sabes Lo Que Dicen Cuando No Estás Presente? Cornudo, Dicen Algunos. Impotente, Castrado, Profieren Sus Apestosas Bocas. ¡Bastardo, Maricón!
-¡Cállate!- El hombre consigue saltar sobre sus magullados miembros para abalanzarse sobre la criatura, enfurecido. Éste respondió con un manotazo que devolvió al hombre a la tierra. La bestia sigue sonriendo.
-Eso Es, Brandeis, Deja Aflorar Tu Ira… ¡Maldito Maricón Impotente!
* * *
Lejos del calor del incendio, el frío comienza a penetrar en el cuerpo de la mujer, sentada, recogida sobre si misma cerca de los mismos juncos donde había refugiado a su bebé.
Había pasado un tiempo excesivo desde que llegaran allí y no podía parar de preguntarse qué había sucedido en el poblado y qué era de su marido. Al menos el susurro del río corriendo justo detrás de ella conseguía relajarla algo.
De pronto distingue la figura de un hombre que baja la ladera que llevaba hasta el río, por el mismo camino que ella había tomado. La mujer se pone en pie, alerta, desconfiando de que aquella sombra traiga buenas nuevas.
El hombre que bajaba se para en seco en cuanto la mujer se levanta. Ésta no había reparado en que la luz del incendio refleja perfectamente su rostro y lo hacía visible para el hombre mientras que éste seguía anónimo en el contraluz.
-¿Dónde está la niña?
La mujer reconoce la voz de su marido, pero hay algo diferente. El tono de la voz no le inspira confianza.
-Está bien, y segura… ¿Qué ha pasado en el pueblo? ¿Podemos volv-…?
-Sólo lo preguntaré una vez más, furcia. ¿Dónde está esa pequeña bastarda?
Los párpados de la mujer se abrieron hasta su límite, expresando una mezcla de temor y confusión.
-Cariño…
Entonces el hombre rugiendo de rabia se posiciona sobre sus cuatro extremidades y corre ladera abajo a una velocidad que nunca ningún hombre alcanzó. Una humareda de polvo se levanta, y briznas de hierba vuelan arrancadas de la tierra.
A su vez la mujer se apresura a recoger el bulto de mantas del lugar donde dejara al bebé y se dirige cuesta abajo. Justo en el momento de poner un pie en el curso del agua, el hombre se cierne de un salto sobre las dos féminas cayendo junto a ellas en pleno río. Del golpe y la caída la niña escapa de los brazos de la madre, perdiéndose en la corriente.
El hombre tira con fuerza de los cabellos de la mujer hasta sacar su cabeza de debajo del agua y la mira fijamente. En los ojos de él se reflejan las lejanas llamas del incendio. Su cuerpo emana ese mismo calor. La temperatura del agua era de una tibieza inusual.
-¿Dónde está?- Gritó, con una voz que resonó en todo el valle.
-¡No lo sé!- Lloró sincera y desconsoladamente la mujer, mientras aún trataba de recuperar el aliento.
El hombre le propina una bofetada con el dorso de la mano tal que, aún agarrándola por la cabellera, la mujer vuelve a caer estrepitosamente al agua, dejando un mechón de pelo en el puño cerrado de él. Vuelve a levantarla, esta vez por el cuello y desde la espalda, y con un atufado aliento, una boca llena de encías negras y podridas susurra:
-Encontraré a esa pequeña hija de puta. Le seguiré el rastro y la descuartizaré hasta hacer desaparecer el deshonor que representa.- La mujer solloza ahogada mientras sus lágrimas se mezclan con el agua que gotea de sus cabellos y la sangre que escurre por la comisura de sus labios.- Para el mundo la niña se perdió ahogada en el río, al igual que su adúltera madre cuando trató de rescatarla.
Le propina un puñetazo en el costado, haciendo que la mujer se doblegue escupiendo sangre al agua. Después continúa golpeándola.
Con cada golpe del hombre, su aspecto se torna cada vez más siniestro. Las uñas le crecen, se roscan, se vuelven negras y enmohecidas, los cabellos se le caen, los dientes se tuercen y afilan. Mientras, su piel se cubre de pústulas necrosas. Cada movimiento le hace perder humanidad y ganar fuerza.
Ella, en un intento de reclamar ayuda, trata de llamar la atención profiriendo un grito con toda la fuerza que albergan sus cuerdas vocales. El grito se ahoga en un gorgoteo cuando las negras garras del deforme sesgan su garganta. El agua se tiñe de rojo.
* * *
Río abajo, de entre un rollo de mantas atestadas de agua, surge el cuerpo de una niña recién nacida. Las inusualmente cálidas corrientes mecen al bebé de tal misteriosa manera que siempre flota boca arriba. La niña observa fijamente la luna llena, cuya plateada luz resalta el brillo de sus claros ojos y de la palidez de su piel. Chapotea y ríe feliz en el agua, inconsciente de la tragedia que acaba de dejar atrás.
La suave corriente deposita a la criatura en la ribera cuando el curso del río toma una curva. Allí, la agradable risa de la niña consigue atraer la atención de una mujer que toma un baño nocturno aprovechando la apacible temperatura del agua. Aprisa se acerca al punto donde se oyen las carcajadas, y al divisar al bebé, lo toma suavemente entre sus brazos, se viste como puede con un trapo blanco y regresa tierra adentro.
Al poco se encuentra con un campamento de tiendas de tela, no hay nadie fuera, aunque algunas tiendas aún emanan humo. La mujer, aún empapada de agua, se acerca a la más grande y con telas más decoradas. Inclinándose se adentra en ella y una vez en el interior, se arrodilla sobre la tierra seca.
-Mi señor, os ruego disculpas por molestaros en tan mal hora, pero así lo he creído necesario.
De entre las sombras de la tienda surge una voz grave.
-¿Y qué es este asunto tan importante que os lleva a despertarme a tan intempestiva hora, semidesnuda y escurriendo agua?
La mujer extiende los brazos, sosteniendo al bebé en ellos. Se oyen suaves pasos sobre la tierra y el hombre de grave voz se deja ver bajo la clara luz lunar. En contraste con la mujer, va excesivamente vestido. Altas botas con vuelos, pantalones de fina tela, un cinturón con un brillante broche, extraños tirantes, varios collares enjoyados, lujosos brazaletes y una capa de espesa tela cubren su cuerpo. Su cara se cubría con espeso cabello y vello facial, blancos bajo esta luz. Tiene un ojo vago, con el otro observa a la niña. Ésta le sonríe. El majestuoso hombre queda admirado por la mirada de la diminuta criatura y la recoge con sus fuertes brazos.
-Aunque no haya venido a este mundo bajo la sangre de nuestra estirpe, criaré a esta niña como hija propia y crecerá con nuestras costumbres. Pues que una criatura tan joven y hermosa haya sido abandonada a su suerte, y sobrevivido a un duro viaje hasta llegar a estas encallecidas manos sólo puede devenir en que esta pequeña llevará a cabo grandes tareas y que hemos sido señalados como sus protectores. Y cuando llegué el día de esas colosales obras, me henchiré de orgullo por haber sabido tomar la correcta decisión y guiarla en sus primeras andanzas en esta tierra.
Y con el bebé en brazos, el gran hombre vuelve a las sombras de su tienda, mientras la mujer se retira sigilosa.
* * *
Remontando las aguas, el desfigurado hombre trata de avanzar. Tropieza, se ahoga en el agua que bulle hirviente. No sabe nadar. Iracundo gana la costa. Sus vestiduras están completamente rasgadas, desechas y mugrientas, mostrando su piel cubierta de costras y quemaduras. Una gran herida en el pecho que todavía sangra. Avanza tierra adentro, con paso lento pero firme. Cada pisada se convierte en una quemadura sobre la tierra en la no volverá a brotar nada. Llega hasta una llanura baldía en hay unos pocos árboles, nada más. Su respiración se agita, brotando bocanadas de negro vapor de entre sus torcidos dientes. El infierno aún se refleja en sus ojos. Airado, de su garganta resuena el aullido más aterrador que jamás criatura viviente haya escuchado. En la llanura, los árboles se marchita, la hierba se seca, los insectos estallan, y algunas aves se precipitan contra el suelo. La hierba seca se inflama, la llanura se incendia, el agua del río hierve.
No escapará una cuarta vez.
(Mmm, que ganas de dibujarlo..¿eh? Ah sí: relatos, dibujos, vídeos, canciones, noticias, reseñas... las_entidades@hotmail.com)
PD: 5 son los elegidos. Los memeados que pueden llevarse una DS: Clicka aquí si quieres saber si eres uno de ellos ;). Pero aquí nada. Aquí se comenta el curro de The Nobody, no nos desviemos..
214 comentarios:
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