Guest Starring: The Nobody

Damas y caballeros, con todos vosotros, la 1ª edición de “Guest Starring” (ay, que ilu), proveniente de uno de nuestros habituales.

Hoy, esto no es “Las Entidades’ Universe”. Esto es “The Nobody’s Universe”, y su relato…

Oscuro

Podía ver el sol recortándose contra el cielo negro sin estrellas, pero su luz no alcanzaba hasta las calles vacías por las que deambulaba. Parecía noche cerrada pero hacía calor, como debía corresponder a un día de esta época del año. La tenue luz de las farolas sólo me dejaba adivinar el camino unos pocos pasos. Entonces lo vi. En una esquina lo vislumbré, una sombra más espesa que el resto asomó, abalanzándose sobre mí. Recordé que de pequeño tenía miedo a la oscuridad. Comencé a correr.

El sol pega fuerte y el calor es abrasador en estos días de Julio, pero no tanto como para dejar pasar la ocasión de pasear por la ciudad bajo un cielo azul absolutamente carente de nubes. Como yo, había mucha gente que había salido de sus casas para disfrutar de un día tan idílico y así, las calles se encontraban atestadas. El tranquilo día se truncó con un acontecimiento un tanto inusual. Había un hombre que venía corriendo a lo largo de toda la vía.

Mientras corría miré atrás una sola vez. Vi cómo la oscuridad tras de mi se tragaba la pobre luz que despedían las farolas. Me perseguía. Sentía cosas agarrándome y golpeándome, tratando de detenerme. No me detuve. Oía susurros en mis oídos, algunos me parecieron malsonantes. Pero me daba igual. No podía parar. No quería que la oscuridad me atrapase. Continué corriendo, sin desviar la vista del frente.

El hombre corría sin importarle el obstáculo que encontrara por delante, arrollando personas y animales en el camino. Hacía caso omiso de aquello a que atropellara y de los improperios con que éstos solían corresponderle. Nunca se dio la vuelta o se disculpó. Veía la calle, pues no se tropezaba con el mobiliario, pero no a las personas. Vi miedo en sus ojos y desesperación en su rostro. No paró de correr.

Algo intenta pararme. La luz es cada vez más tenue y el aire más asfixiante. Me chirrían los oídos y casi no puedo ver. El fantasma de una mano me frena. Intento seguir corriendo pero estoy cansado. Está cerca, lo puedo sentir. Finalmente tropiezo y caigo de bruces sobre la calzada. Estoy perdido.

La muchedumbre ya se ha percatado de su presencia. Unos se apartan y otros tratan de retenerlo. Me ensordece el chirrido de los neumáticos de un coche al frenar para evitar alcanzar al hombre. Las manos se abalanzan sobre él hasta que se precipita al asfalto. Todos nos acercamos.

Me incorporo, dolorido, sobre mis rodillas. Y lo veo. Todo oscuro. Excepto una pequeña luz, más brillante que este mortecino sol. La luz se mofa de mí, semejante a una sonrisa macabra. La oscuridad me envuelve. Me retuerce los músculos. Oigo mis huesos crujir. Es el dolor más angustiante que he padecido. No veo nada más que esa brillante risa. Es lo único que oigo ahora, también. Me ahoga. Se acabó. No puedo respirar…

El hombre trata de levantarse para seguir su marcha, pero se detiene en seco cuando los espasmos empiezan a afectar a sus músculos. Se contrae sobre si mismo y emite aullidos de dolor. Me acerco y veo sus pupilas dilatadas mientras sigue convulsionándose. Algunas personas avisan a una ambulancia. Otras se acercan para evitar que se trague su propia lengua. El epiléptico respira entrecortadamente, se ahoga, le falta el aire hasta que pierde el conocimiento. El gentío se dispersa después de que los enfermeros comprueban que no hay pulso y se llevan el cuerpo. De repente la calle se queda vacía a excepción de un hombre vestido de negro que no se ha movido desde que el fallecido se abalanzó sobre la carretera. Los acontecimientos han hecho que el tiempo pase deprisa, pues ya es de noche. ¿Ya es de noche? Miro al cielo y no hay estrellas. Aquello no es la luna, sino un sol apagado. Las farolas, aunque encendidas, emiten una luz mucho más tenue de lo habitual. Hacía calor como si fuese aún de día. Entonces el hombre de negro se da la vuelta hacia mí. No tiene rostro. Sólo una pequeña y brillante sonrisa que se burla de mí. Se ríe porque me había confiado, porque creí que me había librado de ella… Recordé que de pequeño tenía miedo a la oscuridad. Comencé a correr.

Gracias a The Nobody. A ver si hay una próxima ocasión. Y el resto, ya sabéis:

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