El pasado 28 de agosto, como algunos sabréis, la Entidad Masculina estrenó dígito en su cuentakilómetros, entrando de lleno en la veintena de primaveras. Probablemente sea por esa extraña nostalgia que a muchos nos surge cuando cumplimos años, probablemente por la tremenda cantidad y sobre todo calidad de los cómics que me regalaron, probablemente sea por falta de temas de los que hablar (lo más probable...), o más probable por una sencilla necesidad de desahogo, pero me comenzaron a venir a la mente muchas imágenes de anteriores cumpleaños en los que siempre había cómics de por medio, y pensé: casi todo el mundo que me conoce (bueeeno, todo el mundo) sabe que los cómics son mi pasión, mi debilidad, que además siempre exhibo con orgullo y sin ningún tipo de vergüenza. Pero ¿sabe la gente el cómo, el cuando o el por qué de esta afición que tiene casi tantos años como yo? (ahora es cuando ustedes piensan “el tremendo rollo que nos va a soltar el hombre éste sobre su vida, que petardo”. Pues sí, señores, va a ser e-x-a-c-t-a-m-e-n-t-e eso).
De sobra está decir que mi principal hobby desde que tengo uso de razón ha sido dibujar: recuerdo ir a casa de mis abuelos cuando no tendría ni tres años y volver loco a cualquier pariente conocido (o desconocido, lo mismo me daba), pidiéndoles con esta angelical carita que dios me ha dado que me dibujaran cualquier cosa, siendo mi “tata” (no diré abuela, que se me enfada) la que mejor se portaba, dibujándome pollitos, peces y tantos y tantos animales que yo acababa copiando en otro papel, para así aprender a hacerlos. Esto, unido a mi pasión por la lectura (pasión que poco a poco he ido , y me avergüenzo de decirlo, abandonando en beneficio de otras lecturas de las que, por otra parte no me avergüenzo en ningún momento) y a mi obsesión por cualquier bicho viviente (créanselo o no, durante muuuchos años mi verdadera ambición era llegar a ser paleontólogo, pero eso desde que era un criajo hasta no hace tanto tampoco), hacía que cualquier cosa que viera en un libro, o que se le ocurriera a mi ya por entonces mente perversa (estoy seguro que si le diera alguno de mis dibujos a algún psiquiatra (o psicólogo, no sé, siempre me los he confundido) vería en mí dos cosas, por poco que peguen entre ellas: un asesino en potencia y un romántico bobalicón (ya con 6 añitos era todo un hacha y usaba mis dibujos para ligarme a las chiquillas...que, o me daban plantón, o me dejaban de hablar para siempre...es lo que tiene el llevar gafas, que esconde mi sex-appeal, aunque siempre me quedará el recurso del “chico misterioso y tímido” que tan encantador resulta)).
Si ha habido un sitio que he usado siempre como lugar de relax para dibujar como un desesperado es un apartamento que mis padres (y mis abuelos) tienen en el sur, donde he tenido la capacidad, prácticamente desde siempre y sin saber muy bien por qué, de dibujar más y mejor que en cualquier otro lugar. Teniendo piscina, canchas de tenis y frontón y playa, y lo que más me gusta de allí es sentarme durante horas a comerme el coco y resolver páginas como si fueran problemas de matemáticas, intentando dar con la composición justa, la expresividad y narración correcta, etc. Pues fue allí, en ese pequeño apartamentito donde leí el primer cómic que recuerdo: tendría unos 8 o 7 años (siempre he creído que 9, pero puede que fueran menos) cuando mi padre, en uno de sus habituales paseos por el pueblo me compró “El Huerto Siniestro” de Mortadelo y Filemón, con aquella portada que no olvidaré nunca, esa cara de Mortadelo al sufrir uno de los calambrazos provocados por uno de los productos cultivados por el Profesor Bacterio, mientras llevaba con una carretilla una bomba de ¿1000 kilotones? (no me acuerdo muy bien de la cantidad, la verdad), que se le caía al suelo. Me lo devoré. Aquel cómic no duró nada en mis manos, y abrió ante mí un mundo de infinitas posibilidades: ¿mezclar texto con dibujos? ¿Coger mis disparatadas ideas y juntarlas con mis disparatados dibujos para crear qué? ¿Un medio en el que verter todas aquellas burradas que ya no cabían más en mi cabeza en un simple folio? Si los dos o tres años siguientes se caracterizaron por algo fue por dos cosas: por llenar más folios que nunca (con el consiguiente derroche de mis padres) y por la fidelidad que continué profesando a los personajes que, de una manera imprevisible, originaron tal pasión: Mortadelo y Filemón (también con el consiguiente derroche de mis padres, jejeje).
Cuando pasa ese par de años, me entero por los anuncios que van a emitir una serie en Antena 3 de dibujos animados de los personajes surgidos del lápiz del papá Ibáñez, así que, cual niño pequeño cualquiera, me preparo ese día para levantarme tempranito, sin hacer ruido para que mis padres no se despertaran (llegué a convertirlo en un arte) y ver que habían hecho con mis queridos personajes de papel al trasladarlos a la caja tonta. Pero, para variar, entre anuncio y anuncio, el ansiado estreno se iba retrasando. Y para colmo, cuando llega la hora, me encuentro que van a poner otra serie antes de la que yo quiero ver. De un personaje del que nunca había oído hablar, del que desconocía su origen, y que, en el primer episodio se da de tortas con un lagarto gigante de las alcantarillas, que en realidad se trata de un buen amigo suyo al que no quiere hacer daño. Sí señores, era él. El Espectacular, sensacional, asombroso, el amistoso vecino Spiderman.
Sí, por supuesto, después pusieron el episodio de Mortadelo y Filemón (que al final no hacía justicia a los personajes de Ibáñez), pero yo ya había quedado marcado por aquel personaje hipocondríaco, nervioso y, en resumen, tan humano, vestido con un pijama de cuerpo completo, incluyendo los ojos, lo que, al estar tapados, resultaba casi tan intimidatorio como el lagarto al que se enfrentaba. No me perdí ni un solo episodio a partir de ese día, llegando incluso a tener la serie de Spiderman más prioridad que la de Mortadelo, sobre todo después de aquel excelente doble episodio en el que se descubre el traje negro y el posterior nacimiento de Veneno. Mis inocentes ojillos de 9 o 10 años no habían visto nunca nada igual. No podía desengancharme de esa serie, que vi embobado durante muchos años (episodios repetidos incluidos) hasta que (snif snif) terminara en su 5ª temporada. Y un buen día, mi padre, sin saber las terribles repercusiones que tendrían esas palabras, me dice: “Sabes que hay cómics de eso, ¿no?”
El acabóse. ¿Cómics de Spiderman? ¿Ande andan? Recordemos que aquella época no es como esta, que das una patada a una piedra y te sale un experto sobre cómics; que en cada kiosco tienes algún tebeo que llevarte a la boca; que existen las “librerías especializadas”; que estrenan 6 películas sobre personajes de cómics al año (para muestra un botón: durante 2007 se estrenarán Spiderman 3, Los 4 Fantásticos 2, El Motorista Fantasma (la cual, quitando a Nicolas Cage, no tiene mala pinta (actualización: es horrible, xD), Sin City 2, 300, Las Tortugas Ninja, Starsdust (con un impresionante reparto compuesto, entre otros muchos, por Robert De Niro o Michelle Pfeifer), y alguna que se me queda colgada); en resumen, que el cómic está de moda como nunca ha estado, y más aún si hablamos de un personaje como Spiderman, que ha gozado en los últimos años de dos adaptaciones fílmicas perfectas, que han triunfado tanto entre la crítica como, y más importante, entre el público. Pero en aquella época, encontrar un cómic del lanzarredes era prácticamente imposible, si no suicida: por aquella época sólo teníamos una tienda medianamente especializada, donde los cómics se encontraban amontonados y apretados en estanterías cutres, con lo que tenías que tener cuidado de no cargarte ninguno si escarbabas mucho. Peor era si buscabas alguno en concreto y encima era verano, pues el único consuelo que te quedaba era un mísero ventilador colocado en la entrada, donde se ponían los gorrones que se tiraban horas enteras leyendo los cómics de la tienda sin pagar duro alguno (lamentablemente, este detalle tampoco es muy diferente hoy en día). Y si ibas a un kiosco era como “¡hala, chaval!¡búscate la vida!”
“Spiderman 4” de Forum (Planeta De Agostini). Fue un recordado día de Reyes Magos cuando este, mi primer cómic del aracnidoso, llegó a mis manos. La portada era un homenaje a la que para muchos está considerada como la mejor portada de la historia del cómic norteamericano: la del “Amazing Spider-man 50” (aunque eso lo sabría años más tarde,jeje), obra y gracia de Mark Bagley, un dibujante que durante muuuuuchos años consideré como el mejor dibujante que había tenido nunca Spider-man (antes de conocer realmente la extensa cantidad y calidad de los dibujantes que han retratado al trepamuros a lo largo de su historia), y que, junto al añorado J.M. DeMatties, realizaba el mejor capitulo de los que integraban el tomo, desafortunadamente titulado como “¡El Capullo!”, aunque en el contexto filosófico de la historia cuadraba. Spidey, abrumado por la gran cantidad de desgracias que lo asolaban, se encierra en un “capullo” hecho de su propia telaraña, del cual sale convertido en un ser en el que no existe rastro alguno del atormentado Peter Parker (de ahí el título de la portada “Peter Parker nunca más”).
La verdad es que, cuando empecé a coleccionarlo, Spiderman poco tenía que ver con el personaje dicharachero y jovial de la serie de la T.V. que me había enganchado hacía poco, sino que se trataba de un personaje amargado: sus padres habían vuelto de la muerte sólo para volver a irse, se enfrentaba a amenazas cada vez más mortales (Veneno, Matanza...), su tía May sufría un infarto que, a la postre causaría la pseudomuerte de la anciana (y es que no estaba muerta, que no, que no...), y para colmo estaba a un paso de iniciar la, para muchos, peor etapa de su historia: la saga del clon. A mi me importaba un pimiento. Me encantó ese cómic. Lo devoré y conservé como un tesoro, y hoy en día le profeso un enorme cariño por la cantidad de recuerdos que me provoca. ¿A mí que más me daba que Spidey estuviera depre o bailando sardanas? Yo era el niño más feliz del mundo con esas 96 págs. en mis manos (páginas que acabaron desprendiéndose y que he intentado “arrejuntar” de mil y una maneras posibles desde entonces).
“Veneno Redención: 1”, “Las Nuevas Aventuras de Spiderman: 3”, “Spiderman 18” (fue el siguiente nº que conseguí de la colección después del 4, imagínense el lío que tenía en mi cabeza), “Planeta de Simbiontes” y tantos y tantos otros cómics que fui rapiñando con el paso del tiempo. Aún no coleccionaba en esa época, sino que simplemente mi padre, dependiendo del humor que tuviera, me llevaba a la tienda y me decía que eligiera uno. Y ese uno se convertía en una nueva obra maestra durante las siguientes semanas, hasta que conseguía otro más. Así, comencé a tener muchas colecciones inacabadas que, con el paso del tiempo, fui completando después de muchos cumpleaños, Reyes Magos y pedidos que hice a Planeta DeAgostini. Tardé varios años en completar aquella colección que había comenzado con el nº 4, pero al hacerlo, sentí una agradable sensación de haber completado el círculo.
Ya tengo 20 años. La mayor parte de mi vida (que no es mucho, a pesar de lo melodramático que parece) la he pasado leyendo. Y si, probablemente parezca más culto o más intelectual decir que en este tiempo he acompañado al pobre Charlie y al excéntrico Willie Wonka en su periplo a lomos del gran ascensor de cristal, he compartido con Eskarina su frustración por no poder cumplir su sueño de ser mago en el alocado Mundodisco, sentido el auténtico miedo al lado del mago Harry Potter en el cementerio donde El Que No Debe Ser Nombrado recobró su legendario poder, renegado del poder que toman los cerdos en una surrealista granja donde hay algunos animales más iguales que otros o investigado al lado de un auténtico cerdo de detective el misterio de las desapariciones de las niñas del colegio de las madres lazaristas. Pero a mi me emociona más decir que, además de eso, he acompañado al Dr. Manhattan al planeta rojo, he observado como un joven hombre murciélago se lanzaba a limpiar de suciedad las calles de Gotham, volviendo a las andanzas después de haberse jubilado para poder vivir en paz consigo mismo, he sufrido la claustrofobia de estar enterrado a dos metros bajo tierra durante dos semanas junto al verdadero Peter Parker, he buscado el famoso Tesoro de Rackam El Rojo, he contemplado las maravillas heroicas a través de la cámara de Phil Sheldon, he agonizado con Spiegelman en los campos de concentración nazis, e incluso he disfrutado creando mis propios cómics, tejiendo mis propias historias. Hay de todo en la viña del señor, por supuesto, y al igual que hay libros horribles hay cómics horribles. Pero eso no invalida la calidad artística de un medio artístico frente al otro. En la historia de los cómics hay auténticas joyas literarias que nada tienen que envidiar a lo último de Eduardo Mendoza o de Carlos Ruiz Zafón, y no, no es una frikada. Es de ser corto de miras decir que un cómic es peor que una novela simplemente por el hecho de ser un cómic. No es ser poco abierto, sino poco inteligente. ¿Qué si me avergüenzo de no leer prácticamente ningún libro en la actualidad? Sí, más de lo que me gustaría admitir. ¿Qué si me avergüenzo de haber leído durante estos 20 años más de 1100 cómics (y me quedo muy corto)? En ningún momento, y bajo ninguna circunstancia. Hay muchos cómics ahí fuera esperando ser leídos, y muchos más que están en proceso de convertirse en obras maestras. ¿De verdad duele tanto gastarse los 20 euros destinados a comprar el último best seller de moda, en una obra maestra de la literatura del calibre de Watchmen o Maus? A mi lleva 20 años sin dolerme. Y espero que sean muchos más.
De sobra está decir que mi principal hobby desde que tengo uso de razón ha sido dibujar: recuerdo ir a casa de mis abuelos cuando no tendría ni tres años y volver loco a cualquier pariente conocido (o desconocido, lo mismo me daba), pidiéndoles con esta angelical carita que dios me ha dado que me dibujaran cualquier cosa, siendo mi “tata” (no diré abuela, que se me enfada) la que mejor se portaba, dibujándome pollitos, peces y tantos y tantos animales que yo acababa copiando en otro papel, para así aprender a hacerlos. Esto, unido a mi pasión por la lectura (pasión que poco a poco he ido , y me avergüenzo de decirlo, abandonando en beneficio de otras lecturas de las que, por otra parte no me avergüenzo en ningún momento) y a mi obsesión por cualquier bicho viviente (créanselo o no, durante muuuchos años mi verdadera ambición era llegar a ser paleontólogo, pero eso desde que era un criajo hasta no hace tanto tampoco), hacía que cualquier cosa que viera en un libro, o que se le ocurriera a mi ya por entonces mente perversa (estoy seguro que si le diera alguno de mis dibujos a algún psiquiatra (o psicólogo, no sé, siempre me los he confundido) vería en mí dos cosas, por poco que peguen entre ellas: un asesino en potencia y un romántico bobalicón (ya con 6 añitos era todo un hacha y usaba mis dibujos para ligarme a las chiquillas...que, o me daban plantón, o me dejaban de hablar para siempre...es lo que tiene el llevar gafas, que esconde mi sex-appeal, aunque siempre me quedará el recurso del “chico misterioso y tímido” que tan encantador resulta)).
Si ha habido un sitio que he usado siempre como lugar de relax para dibujar como un desesperado es un apartamento que mis padres (y mis abuelos) tienen en el sur, donde he tenido la capacidad, prácticamente desde siempre y sin saber muy bien por qué, de dibujar más y mejor que en cualquier otro lugar. Teniendo piscina, canchas de tenis y frontón y playa, y lo que más me gusta de allí es sentarme durante horas a comerme el coco y resolver páginas como si fueran problemas de matemáticas, intentando dar con la composición justa, la expresividad y narración correcta, etc. Pues fue allí, en ese pequeño apartamentito donde leí el primer cómic que recuerdo: tendría unos 8 o 7 años (siempre he creído que 9, pero puede que fueran menos) cuando mi padre, en uno de sus habituales paseos por el pueblo me compró “El Huerto Siniestro” de Mortadelo y Filemón, con aquella portada que no olvidaré nunca, esa cara de Mortadelo al sufrir uno de los calambrazos provocados por uno de los productos cultivados por el Profesor Bacterio, mientras llevaba con una carretilla una bomba de ¿1000 kilotones? (no me acuerdo muy bien de la cantidad, la verdad), que se le caía al suelo. Me lo devoré. Aquel cómic no duró nada en mis manos, y abrió ante mí un mundo de infinitas posibilidades: ¿mezclar texto con dibujos? ¿Coger mis disparatadas ideas y juntarlas con mis disparatados dibujos para crear qué? ¿Un medio en el que verter todas aquellas burradas que ya no cabían más en mi cabeza en un simple folio? Si los dos o tres años siguientes se caracterizaron por algo fue por dos cosas: por llenar más folios que nunca (con el consiguiente derroche de mis padres) y por la fidelidad que continué profesando a los personajes que, de una manera imprevisible, originaron tal pasión: Mortadelo y Filemón (también con el consiguiente derroche de mis padres, jejeje).
Cuando pasa ese par de años, me entero por los anuncios que van a emitir una serie en Antena 3 de dibujos animados de los personajes surgidos del lápiz del papá Ibáñez, así que, cual niño pequeño cualquiera, me preparo ese día para levantarme tempranito, sin hacer ruido para que mis padres no se despertaran (llegué a convertirlo en un arte) y ver que habían hecho con mis queridos personajes de papel al trasladarlos a la caja tonta. Pero, para variar, entre anuncio y anuncio, el ansiado estreno se iba retrasando. Y para colmo, cuando llega la hora, me encuentro que van a poner otra serie antes de la que yo quiero ver. De un personaje del que nunca había oído hablar, del que desconocía su origen, y que, en el primer episodio se da de tortas con un lagarto gigante de las alcantarillas, que en realidad se trata de un buen amigo suyo al que no quiere hacer daño. Sí señores, era él. El Espectacular, sensacional, asombroso, el amistoso vecino Spiderman.
Sí, por supuesto, después pusieron el episodio de Mortadelo y Filemón (que al final no hacía justicia a los personajes de Ibáñez), pero yo ya había quedado marcado por aquel personaje hipocondríaco, nervioso y, en resumen, tan humano, vestido con un pijama de cuerpo completo, incluyendo los ojos, lo que, al estar tapados, resultaba casi tan intimidatorio como el lagarto al que se enfrentaba. No me perdí ni un solo episodio a partir de ese día, llegando incluso a tener la serie de Spiderman más prioridad que la de Mortadelo, sobre todo después de aquel excelente doble episodio en el que se descubre el traje negro y el posterior nacimiento de Veneno. Mis inocentes ojillos de 9 o 10 años no habían visto nunca nada igual. No podía desengancharme de esa serie, que vi embobado durante muchos años (episodios repetidos incluidos) hasta que (snif snif) terminara en su 5ª temporada. Y un buen día, mi padre, sin saber las terribles repercusiones que tendrían esas palabras, me dice: “Sabes que hay cómics de eso, ¿no?”
El acabóse. ¿Cómics de Spiderman? ¿Ande andan? Recordemos que aquella época no es como esta, que das una patada a una piedra y te sale un experto sobre cómics; que en cada kiosco tienes algún tebeo que llevarte a la boca; que existen las “librerías especializadas”; que estrenan 6 películas sobre personajes de cómics al año (para muestra un botón: durante 2007 se estrenarán Spiderman 3, Los 4 Fantásticos 2, El Motorista Fantasma (la cual, quitando a Nicolas Cage, no tiene mala pinta (actualización: es horrible, xD), Sin City 2, 300, Las Tortugas Ninja, Starsdust (con un impresionante reparto compuesto, entre otros muchos, por Robert De Niro o Michelle Pfeifer), y alguna que se me queda colgada); en resumen, que el cómic está de moda como nunca ha estado, y más aún si hablamos de un personaje como Spiderman, que ha gozado en los últimos años de dos adaptaciones fílmicas perfectas, que han triunfado tanto entre la crítica como, y más importante, entre el público. Pero en aquella época, encontrar un cómic del lanzarredes era prácticamente imposible, si no suicida: por aquella época sólo teníamos una tienda medianamente especializada, donde los cómics se encontraban amontonados y apretados en estanterías cutres, con lo que tenías que tener cuidado de no cargarte ninguno si escarbabas mucho. Peor era si buscabas alguno en concreto y encima era verano, pues el único consuelo que te quedaba era un mísero ventilador colocado en la entrada, donde se ponían los gorrones que se tiraban horas enteras leyendo los cómics de la tienda sin pagar duro alguno (lamentablemente, este detalle tampoco es muy diferente hoy en día). Y si ibas a un kiosco era como “¡hala, chaval!¡búscate la vida!”
“Spiderman 4” de Forum (Planeta De Agostini). Fue un recordado día de Reyes Magos cuando este, mi primer cómic del aracnidoso, llegó a mis manos. La portada era un homenaje a la que para muchos está considerada como la mejor portada de la historia del cómic norteamericano: la del “Amazing Spider-man 50” (aunque eso lo sabría años más tarde,jeje), obra y gracia de Mark Bagley, un dibujante que durante muuuuuchos años consideré como el mejor dibujante que había tenido nunca Spider-man (antes de conocer realmente la extensa cantidad y calidad de los dibujantes que han retratado al trepamuros a lo largo de su historia), y que, junto al añorado J.M. DeMatties, realizaba el mejor capitulo de los que integraban el tomo, desafortunadamente titulado como “¡El Capullo!”, aunque en el contexto filosófico de la historia cuadraba. Spidey, abrumado por la gran cantidad de desgracias que lo asolaban, se encierra en un “capullo” hecho de su propia telaraña, del cual sale convertido en un ser en el que no existe rastro alguno del atormentado Peter Parker (de ahí el título de la portada “Peter Parker nunca más”).
La verdad es que, cuando empecé a coleccionarlo, Spiderman poco tenía que ver con el personaje dicharachero y jovial de la serie de la T.V. que me había enganchado hacía poco, sino que se trataba de un personaje amargado: sus padres habían vuelto de la muerte sólo para volver a irse, se enfrentaba a amenazas cada vez más mortales (Veneno, Matanza...), su tía May sufría un infarto que, a la postre causaría la pseudomuerte de la anciana (y es que no estaba muerta, que no, que no...), y para colmo estaba a un paso de iniciar la, para muchos, peor etapa de su historia: la saga del clon. A mi me importaba un pimiento. Me encantó ese cómic. Lo devoré y conservé como un tesoro, y hoy en día le profeso un enorme cariño por la cantidad de recuerdos que me provoca. ¿A mí que más me daba que Spidey estuviera depre o bailando sardanas? Yo era el niño más feliz del mundo con esas 96 págs. en mis manos (páginas que acabaron desprendiéndose y que he intentado “arrejuntar” de mil y una maneras posibles desde entonces).
“Veneno Redención: 1”, “Las Nuevas Aventuras de Spiderman: 3”, “Spiderman 18” (fue el siguiente nº que conseguí de la colección después del 4, imagínense el lío que tenía en mi cabeza), “Planeta de Simbiontes” y tantos y tantos otros cómics que fui rapiñando con el paso del tiempo. Aún no coleccionaba en esa época, sino que simplemente mi padre, dependiendo del humor que tuviera, me llevaba a la tienda y me decía que eligiera uno. Y ese uno se convertía en una nueva obra maestra durante las siguientes semanas, hasta que conseguía otro más. Así, comencé a tener muchas colecciones inacabadas que, con el paso del tiempo, fui completando después de muchos cumpleaños, Reyes Magos y pedidos que hice a Planeta DeAgostini. Tardé varios años en completar aquella colección que había comenzado con el nº 4, pero al hacerlo, sentí una agradable sensación de haber completado el círculo.
Ya tengo 20 años. La mayor parte de mi vida (que no es mucho, a pesar de lo melodramático que parece) la he pasado leyendo. Y si, probablemente parezca más culto o más intelectual decir que en este tiempo he acompañado al pobre Charlie y al excéntrico Willie Wonka en su periplo a lomos del gran ascensor de cristal, he compartido con Eskarina su frustración por no poder cumplir su sueño de ser mago en el alocado Mundodisco, sentido el auténtico miedo al lado del mago Harry Potter en el cementerio donde El Que No Debe Ser Nombrado recobró su legendario poder, renegado del poder que toman los cerdos en una surrealista granja donde hay algunos animales más iguales que otros o investigado al lado de un auténtico cerdo de detective el misterio de las desapariciones de las niñas del colegio de las madres lazaristas. Pero a mi me emociona más decir que, además de eso, he acompañado al Dr. Manhattan al planeta rojo, he observado como un joven hombre murciélago se lanzaba a limpiar de suciedad las calles de Gotham, volviendo a las andanzas después de haberse jubilado para poder vivir en paz consigo mismo, he sufrido la claustrofobia de estar enterrado a dos metros bajo tierra durante dos semanas junto al verdadero Peter Parker, he buscado el famoso Tesoro de Rackam El Rojo, he contemplado las maravillas heroicas a través de la cámara de Phil Sheldon, he agonizado con Spiegelman en los campos de concentración nazis, e incluso he disfrutado creando mis propios cómics, tejiendo mis propias historias. Hay de todo en la viña del señor, por supuesto, y al igual que hay libros horribles hay cómics horribles. Pero eso no invalida la calidad artística de un medio artístico frente al otro. En la historia de los cómics hay auténticas joyas literarias que nada tienen que envidiar a lo último de Eduardo Mendoza o de Carlos Ruiz Zafón, y no, no es una frikada. Es de ser corto de miras decir que un cómic es peor que una novela simplemente por el hecho de ser un cómic. No es ser poco abierto, sino poco inteligente. ¿Qué si me avergüenzo de no leer prácticamente ningún libro en la actualidad? Sí, más de lo que me gustaría admitir. ¿Qué si me avergüenzo de haber leído durante estos 20 años más de 1100 cómics (y me quedo muy corto)? En ningún momento, y bajo ninguna circunstancia. Hay muchos cómics ahí fuera esperando ser leídos, y muchos más que están en proceso de convertirse en obras maestras. ¿De verdad duele tanto gastarse los 20 euros destinados a comprar el último best seller de moda, en una obra maestra de la literatura del calibre de Watchmen o Maus? A mi lleva 20 años sin dolerme. Y espero que sean muchos más.
(Publicado originariamente el 15 de septiembre del 2006)
1 comentario:
Buenas noches. Una pena que ya no sea tan "spidermaniaco" para discutir y enfrentar posiciones jaja. Qué impacto ver esa portada, también me trae buenos recuerdos, aunque más borrosos que los tuyos, creo. Cuando me dejes comentario guarro avísame para poder saborearlo :D... Que siga así, y recomiéndeme alguna obra sublime, o prestémela, así me ahorro transferencias bancarias. Todos mis respetos, escriba más y le leeré a menudo. Pero, eso sí, vaya a acostarse ya, o haga las cinco ilustraciones de Pilaresca, pardiez. ADIOSITO
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