Hace unas semanas la polémica asaltaba el sector cinematográfico en España, aunque no por la política de discriminación positiva que piensa adoptar el Ministerio de Cultura, ni por la nueva película de Almodóvar o Amenábar. No. Esta vez eran los aficionados al cine de terror los afectados. La sorpresa saltaba con la noticia de que la última entrega de la saga Saw, Saw VI, había sido calificada como X, es decir, prohibida a menores y, por tanto, a su exhibición en todas las salas no autorizadas para la proyección de este tipo de películas. Los jueces de la comisión que se encarga de dicha calificación consideraron la violencia extrema del film como base de esta calificación, primera vez que ocurría en nuestro país. Una noticia que actuó como un nuevo catalizador de un debate ya latente en nuestra sociedad acerca de la calidad de la mayoría de las películas norteamericanas que llegan a nuestras salas, especialmente aquellas que cuentan con unas campañas de promoción brutales.
Más allá de discutir si la película en cuestión hace gala de una violencia y crueldad demasiado elevada para exponerla en un cine convencional, incluso con la calificación de “no autorizada para menores de 18 años”, destaca el hecho de que pronto comenzara a afirmarse que esto no era más que el resultado del poco criterio que las grandes empresas del sector, más que los directores y guionistas, demuestran desde hace algunos años en sus producciones. No obstante, los principales estudios hollywoodienses dependen en la actualidad de grandes multinacionales del entretenimiento, como Sony, Universal, etc.
Sin embargo, resulta curioso que se diga ahora que la supuesta falta de calidad del cine actual se debe, justamente, a que lo único que mueve la industria del cine hoy en día es el dinero. Sobre todo cuando, desde siempre, el cine ha sido una de las formas de arte más condicionadas por el dinero, motor de este negocio. ¿Quién es capaz de negar el claro componente recaudatorio de las grandes producciones del cine clásico? Lo que no quita que muchas de ellas se convirtieran merecidamente en algunas de las mejores películas jamás filmadas o descubrieran algunas de las mayores estrellas del cine. Por el contrario, en la actualidad se tacha de simpleza a todos aquellos filmes, principalmente los americanos, que cuentan con efectos especiales y con presupuestos muy elevados. Son lo que se denomina blockbuster, término que en la mayoría de las ocasiones implica la ausencia total de un guión o historia interesantes, más allá de peleas y explosiones varias. Pura hipocresía. Nadie parece recordar ya el origen de esta denominación. Nadie parece querer recordar que el primer producto considerado un blockbuster fue la película Tiburón, muy superior a muchas de las películas que reciben ahora tal calificativo y que contribuiría a consagrar la figura de su realizador, Steven Spielberg. Parecemos haber olvidado, además, aquellas películas que, amén de ser infumables, ni siquiera cuentan con la manida excusa de la inversión en efectos especiales para sortear su falta de originalidad.
Y, más cercano a la actualidad, se plantea la siguiente cuestión: ¿debemos “meter en el saco” una película como Ágora, del español Alejandro Amenábar? Para empezar, es posible reconocer en ella una de las características principales de este ‘género’, como son los efectos especiales presentes en toda superproducción de época. ¿Implica eso, por tanto, que se trata de un producto de poca calidad? No necesariamente. Sin embargo, aquí entra en juego otro elemento de la ecuación, la política de protección y promoción de toda producción española. Una política en absoluto irreprochable, pero que en ocasiones induce a la globalización de opiniones sobre el cine español, eliminando sus distintas vertientes. Ciertamente, resulta incoherente que nos dediquemos a dirigir continuos dardos envenenados hacia todas las películas estadounidenses tomando como base la calidad de unas pocas, nadie pone en duda todavía, gracias a Dios, la grandiosidad de los filmes de maestros como Clint Eastwood o Martin Scorcese, mientras en España alabamos todo nuestro cine por igual, incluso justamente aquellas películas que se dedican a imitar a las peores producciones norteamericanas. ¿Dónde colocamos el rasero con el que medimos la calidad de ambos productos?
Retornando al punto de partida, muchos se preguntan aún, no sin cierta lógica, si la decisión del Ministerio de Cultura de calificar Saw VI como X, o, cuando menos, de ratificar la decisión de la comisión designada, responde quizás a la necesidad de la industria española del cine de eliminar la competencia. Aunque, sinceramente, sin menospreciar las estrategias del cine español para aumentar la audiencia de sus producciones, el argumento conspirativo resulta excesivo, si bien la decisión es incongruente en relación a otros filmes estrenados pocos meses atrás y con cotas de violencia aparentemente similares, o incluso superiores, como Anticristo. Aunque esta vez con la firma de un ‘auteur’ como Lars Von Trier, y con pocas aspiraciones recaudatorias.
Amén de todas estas confabulaciones, surge ahora una posible nueva vía de discusión. Hace unos días se hacían públicas las primeras imágenes del remake, término que indica, eso sí, la evidente escasez de valentía, que no de ideas, de los estudios para probar cosas nuevas, de la producción Furia de Titanes. Una superproducción extranjera con localizaciones en las Islas Canarias, que quedan patentes con el visionado del primer avance. Ahora queda ver si apoyaremos también esta película, por la cuenta que nos trae, o bien la criticaremos como un blockbuster del montón. Esperemos que su calidad hable por sí misma y no tengamos que llegar a plantearnos nunca este tipo de cuestiones.
Más allá de discutir si la película en cuestión hace gala de una violencia y crueldad demasiado elevada para exponerla en un cine convencional, incluso con la calificación de “no autorizada para menores de 18 años”, destaca el hecho de que pronto comenzara a afirmarse que esto no era más que el resultado del poco criterio que las grandes empresas del sector, más que los directores y guionistas, demuestran desde hace algunos años en sus producciones. No obstante, los principales estudios hollywoodienses dependen en la actualidad de grandes multinacionales del entretenimiento, como Sony, Universal, etc.
Sin embargo, resulta curioso que se diga ahora que la supuesta falta de calidad del cine actual se debe, justamente, a que lo único que mueve la industria del cine hoy en día es el dinero. Sobre todo cuando, desde siempre, el cine ha sido una de las formas de arte más condicionadas por el dinero, motor de este negocio. ¿Quién es capaz de negar el claro componente recaudatorio de las grandes producciones del cine clásico? Lo que no quita que muchas de ellas se convirtieran merecidamente en algunas de las mejores películas jamás filmadas o descubrieran algunas de las mayores estrellas del cine. Por el contrario, en la actualidad se tacha de simpleza a todos aquellos filmes, principalmente los americanos, que cuentan con efectos especiales y con presupuestos muy elevados. Son lo que se denomina blockbuster, término que en la mayoría de las ocasiones implica la ausencia total de un guión o historia interesantes, más allá de peleas y explosiones varias. Pura hipocresía. Nadie parece recordar ya el origen de esta denominación. Nadie parece querer recordar que el primer producto considerado un blockbuster fue la película Tiburón, muy superior a muchas de las películas que reciben ahora tal calificativo y que contribuiría a consagrar la figura de su realizador, Steven Spielberg. Parecemos haber olvidado, además, aquellas películas que, amén de ser infumables, ni siquiera cuentan con la manida excusa de la inversión en efectos especiales para sortear su falta de originalidad.
Y, más cercano a la actualidad, se plantea la siguiente cuestión: ¿debemos “meter en el saco” una película como Ágora, del español Alejandro Amenábar? Para empezar, es posible reconocer en ella una de las características principales de este ‘género’, como son los efectos especiales presentes en toda superproducción de época. ¿Implica eso, por tanto, que se trata de un producto de poca calidad? No necesariamente. Sin embargo, aquí entra en juego otro elemento de la ecuación, la política de protección y promoción de toda producción española. Una política en absoluto irreprochable, pero que en ocasiones induce a la globalización de opiniones sobre el cine español, eliminando sus distintas vertientes. Ciertamente, resulta incoherente que nos dediquemos a dirigir continuos dardos envenenados hacia todas las películas estadounidenses tomando como base la calidad de unas pocas, nadie pone en duda todavía, gracias a Dios, la grandiosidad de los filmes de maestros como Clint Eastwood o Martin Scorcese, mientras en España alabamos todo nuestro cine por igual, incluso justamente aquellas películas que se dedican a imitar a las peores producciones norteamericanas. ¿Dónde colocamos el rasero con el que medimos la calidad de ambos productos?
Retornando al punto de partida, muchos se preguntan aún, no sin cierta lógica, si la decisión del Ministerio de Cultura de calificar Saw VI como X, o, cuando menos, de ratificar la decisión de la comisión designada, responde quizás a la necesidad de la industria española del cine de eliminar la competencia. Aunque, sinceramente, sin menospreciar las estrategias del cine español para aumentar la audiencia de sus producciones, el argumento conspirativo resulta excesivo, si bien la decisión es incongruente en relación a otros filmes estrenados pocos meses atrás y con cotas de violencia aparentemente similares, o incluso superiores, como Anticristo. Aunque esta vez con la firma de un ‘auteur’ como Lars Von Trier, y con pocas aspiraciones recaudatorias.
Amén de todas estas confabulaciones, surge ahora una posible nueva vía de discusión. Hace unos días se hacían públicas las primeras imágenes del remake, término que indica, eso sí, la evidente escasez de valentía, que no de ideas, de los estudios para probar cosas nuevas, de la producción Furia de Titanes. Una superproducción extranjera con localizaciones en las Islas Canarias, que quedan patentes con el visionado del primer avance. Ahora queda ver si apoyaremos también esta película, por la cuenta que nos trae, o bien la criticaremos como un blockbuster del montón. Esperemos que su calidad hable por sí misma y no tengamos que llegar a plantearnos nunca este tipo de cuestiones.
2 comentarios:
¡¡¡¡PRIMEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!!!!
ya si eso cuando vuelva de dar clase, lo leo como Dios manda!! ;)
Bueno, creo que son muchos y peliagudos los distintos temas que tocas en este post, y cada uno de ellos podría levantar las más dispares polémicas.
Una situación complicada ante la que nos encontramos, sin duda.
¡Saludos!
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