Muchas veces, el hecho de que una novela dé lugar a una película conlleva, no sólo un razonable éxito gracias a la popularidad que adquiere, sino también el riesgo de que su esencia quede inevitablemente modificada o transmutada en algo mucho más simple. A esto se añade el hecho de que las historias sobre el Holocausto parecen haber creado un género propio, no sólo desde el punto de vista cinematográfico, sino también literario. Sin embargo, resulta interesante el hecho de que una novela consiga abordar ese tema sin resultar repetitiva y sin permitir que ese aspecto focalice toda la atención del relato.
Todo está iluminado consigue sobreponerse a estos dos elementos en contra. Jonathan Safran Foer es un joven que viaja a Ucrania en busca de la mujer que salvara a su abuelo de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, para lo que se servirá de la ayuda de un joven del lugar, Alex, y la de su abuelo. Su nombre no es lo único que comparte con el autor de la obra. Esta primera novela del joven escritor neoyorkino de orígenes judíos y articulista del New York Times, publicada en 2002, constituye una suerte de semi-autobiografía en la que la tragedia y la comedia conviven en un terreno común que abarca diferentes épocas y escenarios como la Segunda Guerra Mundial, los orígenes del pueblo de Trachimbrod o la propia actualidad, lejos de convencionalismos narrativos. Safran Foer combina la narración en primera persona de Alexander Perchov con la narración omnisciente de los cuentos y relatos que se introducen en la historia, creando una estructura narrativa que va variando a lo largo de la obra.
Amén de estos aspectos más formales, tras la lectura de esta apasionante novela se advierte que, sin duda, la profundidad de la historia recae en los personajes y las relaciones que los unen. Resulta difícil dilucidar cuál es el verdadero protagonista de la historia. No obstante, es Alexander, desde su profunda admiración a todo lo que proviene de América, incluido el propio Jonathan, el encargado de relatarla como testigo, en primera persona, presentarnos al resto de personajes e introducirnos en los diferentes ambientes y escenarios. Es mediante sus opiniones, anécdotas y chistes como el lector consigue entender lo que sucede a lo largo de la novela. Su manera de expresarse en un idioma que no es el propio, algo con lo que Safran Foer introduce la comicidad en su relación con el joven americano para el que actúa como traductor, logra introducirnos rápidamente en la obra e identificarnos con el destinatario de sus cartas. Desde un punto de vista lingüístico, cabe plantearse si la traducción de la novela al español ha conllevado la pérdida de cierta frescura en los juegos de palabras en que en muchos momentos se basa la narración del joven Alex, continuamente corregido por Jonathan. Resulta inevitable preguntarse cuál habrá sido la estrategia seguida por los encargados de la traducción a nuestro idioma.
De esta manera, la interactuación conduce al lector a percatarse de que el lenguaje va siendo cada vez menos cómico, tornándose en una seriedad que impregna la obra y las diferentes historias que en ella transcurren. De igual modo, todos los personajes evolucionan también, descubriendo su verdadera faceta y dejando de lado los arquetipos iniciales con los que se identificaban. Destaca también la figura del abuelo de Alex, quien, sumido en una profunda melancolía, pronto se torna fundamental en el desarrollo de la trama principal.
Del mismo modo, los cuentos repletos de fantasía, mitos y religión que pronto se introducen en la acción principal sin ninguna causa aparente, se erigen, tal y como ya hemos señalado, en otro pilar de la historia. La acción transcurre, por tanto, a dos niveles: un nivel actual, en el que se incluye la acción de los personajes principales, introducida mediante la narración y las cartas de Alex, y otro en diversas épocas pasadas. Todas estas vertientes confluyen de tal manera que van atrayendo cada vez más al lector que, al fin y al cabo, desea resolver un misterio que se torna cada vez más confuso. Se trata de un recurso característico en las obras del novelista, que lo retoma en su siguiente obra, Tan fuerte, tan cerca. Sin embargo, pese a que la novela consiste en la narración en retrospectiva de varias historias no siempre introducidas de manera cronológica, el lector las identifica de manera inmediata, por lo que no cabe lugar para la confusión de los personajes o espacios.
Los ambientes resultan perfectamente definidos. Destacan especialmente por su expresividad la narración del encuentro con la anciana Agustine y la misteriosa complicidad que envuelve la relación de ésta con el abuelo de Alex, así como el tono de leyenda que adquieren los relatos sobre Trachimbrod, el pueblo que dará origen a todos los relatos posteriores. La subjetividad y los símbolos, las cartas y fotografías, envuelven una obra repleta de referencias a cuentos de hadas e historias épicas pero reales, que son utilizados con efectividad para sustentar el relato presente, mucho menos original, pero no por ello de menor importancia. No obstante, es en estos fragmentos de la obra donde el autor deja patente algunas de las claves de su estilo, puramente visuales, como son páginas en las que sólo encontramos puntos suspensivos, o diálogos de determinados personajes escritos siempre en mayúsculas, como parte de su propia caracterización. Es posible, incluso, dar con una palabra repetida tantas veces que llega a extenderse en tres páginas de la novela.
Si sorprende y entretiene la manera en que da comienzo la novela por las altas cotas de surrealismo que alcanza y por la simpatía y verosimilitud que transmiten sus personajes, más lo hace la manera en que el escritor utiliza esto para dirigirnos a un final más trascendental. Nos encontramos así ante una novela de temática profunda aunque exposición preeminentemente cómica, cuyo final parece inevitablemente abocado a helar la sonrisa inicial del lector. Divertida, trágica y conmovedora es, al fin y al cabo, la novela que convirtió a su autor en la nueva revelación de la narrativa norteamericana.
Todo está iluminado consigue sobreponerse a estos dos elementos en contra. Jonathan Safran Foer es un joven que viaja a Ucrania en busca de la mujer que salvara a su abuelo de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, para lo que se servirá de la ayuda de un joven del lugar, Alex, y la de su abuelo. Su nombre no es lo único que comparte con el autor de la obra. Esta primera novela del joven escritor neoyorkino de orígenes judíos y articulista del New York Times, publicada en 2002, constituye una suerte de semi-autobiografía en la que la tragedia y la comedia conviven en un terreno común que abarca diferentes épocas y escenarios como la Segunda Guerra Mundial, los orígenes del pueblo de Trachimbrod o la propia actualidad, lejos de convencionalismos narrativos. Safran Foer combina la narración en primera persona de Alexander Perchov con la narración omnisciente de los cuentos y relatos que se introducen en la historia, creando una estructura narrativa que va variando a lo largo de la obra.
Amén de estos aspectos más formales, tras la lectura de esta apasionante novela se advierte que, sin duda, la profundidad de la historia recae en los personajes y las relaciones que los unen. Resulta difícil dilucidar cuál es el verdadero protagonista de la historia. No obstante, es Alexander, desde su profunda admiración a todo lo que proviene de América, incluido el propio Jonathan, el encargado de relatarla como testigo, en primera persona, presentarnos al resto de personajes e introducirnos en los diferentes ambientes y escenarios. Es mediante sus opiniones, anécdotas y chistes como el lector consigue entender lo que sucede a lo largo de la novela. Su manera de expresarse en un idioma que no es el propio, algo con lo que Safran Foer introduce la comicidad en su relación con el joven americano para el que actúa como traductor, logra introducirnos rápidamente en la obra e identificarnos con el destinatario de sus cartas. Desde un punto de vista lingüístico, cabe plantearse si la traducción de la novela al español ha conllevado la pérdida de cierta frescura en los juegos de palabras en que en muchos momentos se basa la narración del joven Alex, continuamente corregido por Jonathan. Resulta inevitable preguntarse cuál habrá sido la estrategia seguida por los encargados de la traducción a nuestro idioma.
De esta manera, la interactuación conduce al lector a percatarse de que el lenguaje va siendo cada vez menos cómico, tornándose en una seriedad que impregna la obra y las diferentes historias que en ella transcurren. De igual modo, todos los personajes evolucionan también, descubriendo su verdadera faceta y dejando de lado los arquetipos iniciales con los que se identificaban. Destaca también la figura del abuelo de Alex, quien, sumido en una profunda melancolía, pronto se torna fundamental en el desarrollo de la trama principal.
Del mismo modo, los cuentos repletos de fantasía, mitos y religión que pronto se introducen en la acción principal sin ninguna causa aparente, se erigen, tal y como ya hemos señalado, en otro pilar de la historia. La acción transcurre, por tanto, a dos niveles: un nivel actual, en el que se incluye la acción de los personajes principales, introducida mediante la narración y las cartas de Alex, y otro en diversas épocas pasadas. Todas estas vertientes confluyen de tal manera que van atrayendo cada vez más al lector que, al fin y al cabo, desea resolver un misterio que se torna cada vez más confuso. Se trata de un recurso característico en las obras del novelista, que lo retoma en su siguiente obra, Tan fuerte, tan cerca. Sin embargo, pese a que la novela consiste en la narración en retrospectiva de varias historias no siempre introducidas de manera cronológica, el lector las identifica de manera inmediata, por lo que no cabe lugar para la confusión de los personajes o espacios.
Los ambientes resultan perfectamente definidos. Destacan especialmente por su expresividad la narración del encuentro con la anciana Agustine y la misteriosa complicidad que envuelve la relación de ésta con el abuelo de Alex, así como el tono de leyenda que adquieren los relatos sobre Trachimbrod, el pueblo que dará origen a todos los relatos posteriores. La subjetividad y los símbolos, las cartas y fotografías, envuelven una obra repleta de referencias a cuentos de hadas e historias épicas pero reales, que son utilizados con efectividad para sustentar el relato presente, mucho menos original, pero no por ello de menor importancia. No obstante, es en estos fragmentos de la obra donde el autor deja patente algunas de las claves de su estilo, puramente visuales, como son páginas en las que sólo encontramos puntos suspensivos, o diálogos de determinados personajes escritos siempre en mayúsculas, como parte de su propia caracterización. Es posible, incluso, dar con una palabra repetida tantas veces que llega a extenderse en tres páginas de la novela.
Si sorprende y entretiene la manera en que da comienzo la novela por las altas cotas de surrealismo que alcanza y por la simpatía y verosimilitud que transmiten sus personajes, más lo hace la manera en que el escritor utiliza esto para dirigirnos a un final más trascendental. Nos encontramos así ante una novela de temática profunda aunque exposición preeminentemente cómica, cuyo final parece inevitablemente abocado a helar la sonrisa inicial del lector. Divertida, trágica y conmovedora es, al fin y al cabo, la novela que convirtió a su autor en la nueva revelación de la narrativa norteamericana.
2 comentarios:
Una reseña realmente interesante, Srta. Entigirl. Había oído hablar del libro, y he leído sobre él algo también por ahí, pero sin duda nada tan detallado como lo que nos acabas de ofrecer.
Libro a tener en cuenta. ;)
¡¡PRIME!!
Es el libro más....especial que he leído, y creo que mi lectura favorita. Exuda carisma, ese algo indescifrable que hace a una obra tan interesante. Combina humor y tragedia, amor y odio, sutileza y descaro... Recomendable para todo el mundo.
Creo que la semana que viene me compraré su otro libro. Sr Safran, es usted un héroe.
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