Spider-Man, el personaje que NO somos.

Spider-Man. El fantabuloso hombre araña. Un ídolo de masas, un símbolo reconocible a lo largo y ancho del globo terráqueo (de esto hablaremos más profundamente la semana que viene). Incluso este finde, muchos de los que acudan al Salón del Cómic de Barcelona (bah, seguro que no es para tanto este año…¡¿a alguien le sobran dos entradas?! ¡¿Y dos pasajes de avión?!) buscarán desesperadamente ese número del trepamuros que durante años se les ha resistido (objetivo que Entiman cumplió, de manera sobradamente orgásmica, el pasado año), llegando a pagar cantidades exorbitantes por él. Padres que compran un tebeo del superhéroe a su niño para que se acostumbre a leer, para meterlo inconscientemente en el mundillo. Spider-Man. Uno de los iconos del cómic americano, junto con Batman y Superman. Y probablemente, si preguntas el porqué de esta gran afición que existe hacia el personaje, la respuesta será la archiconocida: “Porque es un superhéroe con el que te puedes identificar. Es un chaval del montón, al que de repente algo extraordinario le pasa, pero ese algo no le ayuda para nada en su desastrosa vida personal. Es más, siempre este factor acaba entrometiéndose. Tiene problemas de chicas, es empollón, se meten con él en el instituto…Si Superman es lo que queremos ser, Spider-Man es lo que somos”. Ya sabéis, esas clases de reflexiones que se dicen en todos los análisis del personaje, y del que después de la trilogía fílmica han salido expertos hasta de debajo de las piedras.


La afición a Spider-Man, la BUENA afición, debe originarse de pequeño. Cuando tus ojos aún no han sido intoxicados por la madurez y la crueldad del mundo de los mayores. Cuando no te parece ridículo que un quinceañero decida ponerse unas mallas para pegarse con un septuagenario vestido de verde y con alas que se hace llamar “buitre”. Es más, quieres vestir durante toda tu infancia de esa guisa. Da igual que seas redondo como una pelota, tuerzas la vista, calces 50 o seas más alto que todas las puertas, tú quieres vestirte como tu ídolo: ropa ajustada de rojo y azul, para pasar disimulado claro. En nuestra infancia uno no ve lo vergonzoso que podría ser ver a un individuo balanceándose de esta guisa por nuestras calles (sin CGI de por medio), o lo sexualmente metafórico de sus bamboleos y sus telarañas blancas y espesas (quineañero…blanco…espeso…dos y dos señores). Tu eres pequeñito y te la pela el hacer el pinga, aunque te graben. Spider-man es tu héroe favorito, y no te avergüenzas lo más mínimo.



Quizás es más preocupante que al crecer mantengas esta obsesión. Es decir, es muy sano que en tu pubertad sigas con esa bella afición de leer tebeos de tu personaje arácnido favorito: descubrirás nuevas capas de lectura en tus cómics, estás en esa edad en la que más puedes identificarte con el panoli de Parker, e incluso conocerás a otra gente que comparta tu mismo gusto (en serio, ¡los hay!). Ya lo que es menos sano es que sigas emperrado en que hacer de Spider-man es totalmente factible: trepar por la pared, lanzar telarañas, super-agilidad…Ya con 15-16 añitos esas fantasías rozan un poco lo enfermizo. Bien es cierto que, si de verdad quieres llegar a parecerte en algo a Spidey, al menos debes entrenarte todos los días, aunque eso te provoque alguna que otra magulladura, mas que sea en tu orgullo (en la cara también duele de todas formas...plas!)…



…pero, cuando uno ya no es un crío, y cree que el ponerse mallas es lo más normal del mundo, te estás ganando la humillación pública (y puede que una paliza). Lo peor es cuando la realidad te golpea en la cara: no sabes trepar muros, las mallas resbalan, es imposible que un traje de estos quede decente, y lo peor: esta nueva infancia no es en la que tú creciste. Estos niños son salvajes, huelen el miedo, esperan tu fallo, son conscientes de que estás haciendo el ridículo…y esperan.


Esperan.


Esperan.


Para poder reírse de ti.


En tu p&ta cara.


Y merecidamente.


¡Gilipoll&s!



Spider-Man, el personaje con el que todos podemos identificarnos. Pero NO el que somos.


Tenedlo claro.


Si queréis ahorraros mucho sufrimiento. Y terapia.